(Castellà) DE LENGUAS

(Este escrito se publica en castellano dado que su motivación puede ser de interés para todos.)

Un hombre de mediana edad hace unos años llega a Urgencias de un hospital en Castelló y es atendido por un médico que no entiende el idioma de quien angustiado le intenta explicar en el “valenciano” de sus padres, de sus paisanos, de todos sus antepasados el mal que le aqueja, necesitando la ayuda de una enfermera de la tierra que lo traduce al facultativo de guardia el mismo que acababa de atender a un turista alemán sin necesidad de ayuda alguna.

Tal escena la presencié hace años y me dejó impactado entendiendo de forma definitiva la necesidad de una política de reivindicación y hasta de imposición lingüística en los servicios públicos (sanidad, policía, administración…) mediante la enseñanza y la concienciación de las nuevas generaciones.

¿Es admisible que igual situación a la descrita se repita hoy en día? Sin embargo sigue siendo no ya posible sino hasta reiterativa, y ello es solo una muestra más de una mantenida discriminación que desde hace más de trescientos años desprecia y reprime a toda una cultura, a todo un país, en este caso el valenciano en la manifestación más genuina de su propio ser, la lengua, y cuya supervivencia hoy más que nunca se encuentra en peligro.

Es fácil de comprobar: los medios audiovisuales de forma aplastante se expresan en castellano, así como los medios impresos en una realidad comprobable tanto en librerías como en puestos de prensa, e igualmente el teatro, la canción…

La presencia en la vida cotidiana de los idiomas minoritarios se ha ido apagando paulatinamente, y más en los instrumentos de comunicación de nuestra contemporaneidad, de nuestra cotidianeidad. Situación agravada por la inmigración;  alguien que procede de un país extracomunitario de idioma totalmente distinto ¿por cuál se decanta para incorporarse al de adopción, por el general y oficial de su nuevo país o por el minoritario del territorio en que vive o trabaja?, y a sus hijos ¿en qué idioma prefiere que sean educados y se les enseñe para su nueva patria?

Ello lleva consigo que en las escuelas, además, la lengua mayoritariamente utilizada por los alumnos en sus juegos y en sus relaciones de amistad sea esa misma predominante. ¿Hacia qué lado, pues, cae el peligro de extinción, hacia el idioma mayoritario o hacia el “regional”?

En el País Valencià hace ya tiempo que se conocía que solo un 25% utilizaba habitualmente el “valenciano” (dialecto del catalán, según el Diccionario de la RAE), una situación que pese a los esfuerzos últimamente desarrollados para al menos detener tan alarmante realidad no ha mejorado, y  por las razones antes expuestas.

Pese a todo, y especialmente por la derecha centralista es creciente la oposición a cualquier medida que se adopte para al menos detener el declive hacia la extinción de un idioma -sangre y columna vertebral de una cultura- que ha constituido desde los inicios del país a que pertenece su propia expresión de ser entre los pueblos mediterráneos.

Sí, hay que enseñar obligatoriamente el “valenciano” en las escuelas, e igualmente vigilar si tan solo es una asignatura más que queda en el aula como cualquier otra cuando se sale al patio, o se vuelve a casa, o que por el contrario se ha logrado que permanezca en el alumno y le sirva para sus juegos, para su vida familiar y de amistades de barrio como algo intrínseco a su particular vida diaria. De ahí que haya que vigilar su uso, porque de no hacerlo su enseñanza quedaría en un inútil y absurdo despilfarro.

¿En qué proporción tal enseñanza? Eso ya será determinado por los pedagogos y lingüistas, pero lo único realmente importante es que la lengua de su país, de sus antepasados, la medula de su pertenencia a un pueblo, permanezca como justificación inexcusable de su propia identidad personal como valenciano.

 Motiva esta reflexión la continua confrontación lingüística que contemplamos entre una lengua, el castellano, oficial a todos los efectos y  que, vinculada al poder del estado, conlleva no ya la extinción de las demás  que  difícilmente -mejor decir heroica o milagrosamente- han sobrevivido sino la humillación inadmisible mediante el soterrado desprecio que día a día padecen tales lenguas minoritarias desde los propios servidores de ese mismo estado.

Lo expuesto es solo una parte del problema. Hay que volver a la casilla de salida e intentar recuperar lo perdido porque aunque parezca imposible las nuevas generaciones han de hacer el milagro, y hay que luchar para que el milagro sea una realidad.

Son unos pueblos, unas culturas, una historia, una parte de la civilización lo que está en juego, y no tenemos derecho a privarles de todo ello, de lo que en definitiva es su propia dignidad para el presente pero de manera muy especial para su futuro, para las siguientes generaciones y para la permanencia de un País.  E.

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