El COVID-19 a parte de demostrarnos que no somos tan inmunes como nos pensamos, nos ha traído una lección de democracia. Nos creíamos que vivíamos en una sociedad democrática y el “bicho” nos ha demostrado lo lejos que estamos de ello.
Un principio democrático dice que la libertad de uno termina donde empieza la del otro.
Es correcto que no se obligue a vacunar, es un acto voluntario, pero no es correcto que por no vacunarse se esté provocando que el resto de la población vacunada tenga que estar, además, obligada a cumplir unas normas higiénicas para no contagiarse por culpa de los no vacunados. Vamos a ver, volvemos al principio de libertad. Tan importante es, que uno sea libre de vacunarse o no, como que el vacunado pueda vivir en tranquilidad. So pena de que los no vacunados se retiren voluntariamente a un monasterio y no hagan vida social.
Las autoridades no saben cómo atajarlo, ya que respetan la decisión de los que no quieren vacunarse y al mismo tiempo no pueden proteger a los vacunados porque es antidemocrático obligar o apartar de la vida social, a los que no son partidarios de hacerlo. O sea, se está primando a unos en deterioro de los otros.
Lo correcto es que todos tomemos conciencia de que la pandemia requiere de resoluciones drásticas y por ahora las vacunas cumplen su cometido. Está claro que los efectos secundarios no se conocen ya que no han podido ser contrastadas, pero de momento han conseguido frenar los contagios que era lo primordial. También debería ser una sociedad justa y no egoísta, tratar de conseguir que todo el planeta consiga el mismo porcentaje de vacunación. No es de recibo que una parte de la población (la más pudiente) esté vacunándose con la toma de la dosis de recuerdo y haya países que no tengan la totalidad de sus habitantes vacunados con la primera dosis. No es democrático el todo para mí y los demás que se pudran.
Pero en todo este contexto, lo que realmente sorprende es que las autoridades con sus excusas tratan de tapar su falta de servicio a la ciudadanía. Uno de los factores en los que se basan para cuantificar el avance o retroceso de la pandemia es la presión hospitalaria y la falta de personal sanitario.
La sanidad es una necesidad vital y como tal debe estar acondicionada para cubrir todas las necesidades. Si el cuerpo de bomberos, pongamos por caso, se redujera a la mitad, porque la mayor parte de los días no tienen ningún servicio, ¿qué pasaría cuando surgiese una emergencia? Pues que no se podría atender por falta de recursos. Por lo tanto está justificado tener un cuerpo de bomberos con equipamiento y personal adecuados, aunque la mayor parte de los días estén inactivos.
¿Qué hacemos con la sanidad? Pues todo lo contrario, ya que hemos visto que llegado el momento de una emergencia, ni se dispone de material ni de personal para hacerle frente. Y seguimos, erre que erre, negando la actualización de los mismos, que incluso son insuficientes en situaciones normales.
Señores que la sanidad no tiene que ser generadora de superávits, todo lo contrario, tiene que ser, por definición deficitaria, como lo son los servicios de bomberos, para poder atender las necesidades normales y las emergencias.
Alguien podrá esgrimir que lo que se quiere es primar a la sanidad privada. Pues no, la sanidad privada está a la altura de la pública, ya que como prima el beneficio, el enfermo le trae al pairo. Y así estamos.